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TEATRO DE CUARENTENA: "EXILIO SIN NOMBRE", Ángela Escobar







TEATRO DE CUARENTENA  

EXILIO SIN NOMBRE
Ángela Escobar


PERSONAJE
Hombre de 40 años. Dueño de un restaurante. Tiene múltiples deudas. Su restaurante está encerrado por el virus COVID-19. Es esposo y padre de dos hijos de doce y siete años. La acción se lleva a cabo en su casa. Tiene varios sobres con recibos.

HOMBRE:       (El hombre habla por celular) La situación señorita es que me si me he retrasado dos meses, pero ustedes me están cobrando más intereses de lo que acordado. Revisé mi último estado de cuenta (Hojea un estado de cuenta) pero también quiero ver si la anualidad me la pueden diferir a tres meses sin intereses. (Hace un silencio) Yo soy cliente desde hace más de diez años de su banco y antes sí había la opción de pagar la anualidad de esa forma. Bueno, está bien, comprendo que las políticas hayan cambiado, referente al préstamo (Hace otra pausa) Pero como me dice que no aplico, si yo siempre fui cumplido con las mensualidades, ahora por la situación que está pasando no sólo en el país sino en el mundo entero, he dejado de hacer los pagos, pero con el préstamo podía ponerme al corriente y le aseguro que trataría de pagar todo lo que pueda.
Desilusionado
                   Entiendo… No, no me puede ayudar en nada más. Gracias. (Cuelga el celular)
                   Y todavía el que me atendió quería que les ayudará con una encuesta de servicio. ¡Desgraciados!
Esta era la última llamada que me podía salvar, pero no lo pude lograr. Ya hice todos los intentos posibles para no llegar a esto. No hay día del mundo que no encienda la televisión y hombres bien vestidos, no dejan de hablar de lo mismo: (Remedado a un reportero) Un virus está matando gente en Europa, no es tan mortal, pero es de fácil propagación, con seguir reglas básicas de higiene se puede detener, Las ciudades más importantes del mundo han apagado sus luces: New York, China, París, Alemania, dicen que se originó en China, por una sopa de murciélago. Hasta la fecha están trabajando en varias pruebas de vacunas para parar la pandemia, pero ninguna ha resultado ser efectivas.
Al principio no le tomé mucha importancia. Estaba concentrado en mi trabajo. Yo era dueño de una fonda, donde solían ir a comer obreros, secretarias, maestros. Mis precios eran accesibles y la comida deliciosa. Pero un día nos mandaron una orden del gobierno en que todos teníamos que cerrar. El virus como una peste mortal se había pegado a las personas y llegó en cuestión de semanas a mi país. Los primeros que lo trajeron fueron los turistas, pero de ahí se extendió. Nunca tuve dinero de sobra, vivía con lo esencial para pagar las escuelas de los chicos, mantener a mi mujer, y tener comida suficiente para tener una vida disfrazada de clase media, porque para ser honestos sólo existe la clase alta y la clase baja. (Cuenta unas monedas) Los de la clase baja luchamos cada día para conseguir el pan. Al principio sólo vendíamos comida para llevar, pero las ventas fueron disminuyendo con los días, y los clientes desaparecieron de las calles. Todo se quedó desierto como si la enfermedad hubiera engullido a todos los seres humanos. Tuve que despedir a mis tres únicos empleados, sin prestaciones. Recuerdo la cara de Ana, Alberto y Doña Juana cuando los llamé a la oficina y les dije: Por órdenes del gobierno tendremos que cerrar el restaurante, la situación está difícil y no se ve para cuando podamos reanudar. Doña Juana que siempre fue la empleada más optimista me expresó: No se preocupe, en los noticieros siempre mienten. Tal vez regresemos pronto, y no sea tan desastroso. Ánimos, siempre hay que tener fe. Yo voy a rezar para que este virus no sea tan mortal y por lo menos tengamos salud, el dinero es importante pero la vida, es más. Recuérdelo siempre.
Después de escuchar sus palabras y con una sonrisa forzada les ofrecí quince días de sueldo, era para lo única que alcanzaba, para que pudieran ayudarse con algo y prometí recontratarlos cuando la emergencia pasara.  Para esa fecha ya estaba quebrado, sólo habían pasado dos meses después del alboroto por el virus. Pero los dueños de los edificios no perdonan las rentas. Todavía recuerdo cuando intenté negociar con el señor que me alquila: Por favor, señor, si por lo menos me diera la oportunidad de pagarle la mitad de la renta, mi negocio va a estar cerrado y no tengo forma de conseguir el dinero, pero lo que conseguí fue un rotundo: NO.
 Quizá mi error fue el préstamo que pedí al banco unos meses antes para acondicionar mi negocio. Los bancos son voraces, tiburones, cuando fui hasta el banco para pedir prórroga y no me cobraran intereses altísimos pero un viejo calvo me dijo: Nosotros también estamos pasando momentos difíciles, lo siento, señor, no podemos ayudarle en nada, pero puede pagar lo mínimo y por lo menos no le cobraran más. Ellos fueron los primeros en cobrar la deuda más interés, intereses más deudas, deudas más intereses y así caí en un remolino y en un círculo vicioso que no logré sostener. Las calles están desiertas y no hay más opciones de trabajo. Los que vivimos al día no podemos darnos el lujo de pasar una cuarentena escuchando las noticias desde la comodidad de un sillón. Mi economía se está desquebrajando y las deudas siguen.
Sosteniendo los recibos habla con ellos.
La economía sigue su curso normal y la empresa de teléfono no perdona, la compañía de luz no perdona, el agua que uno toma tampoco perdona. Nadie perdona en estos momentos. El gobierno se vuelve un ente invisible que sólo habla de estadísticas y de muertos. De posibles panoramas catastróficos. No tengo un peso en mis tarjetas ni tampoco en mis bolsillos y todas estas cuentas sólo marcan números rojos. El virus no está matando mi salud, pero si mi tranquilidad. He pensado en proponerle a mi mujer fingir mi muerte y así poder cobrar un seguro de vida, pero es una opción poco viable. Ella siempre ha sido una mujer correcta, ya me imagino que diría: No podemos hacer eso y si nos descubren, nos meterían a la cárcel, además los niños, los tendríamos que hacer cómplices. No tenemos dinero ni siquiera para comer el fin de semana. Eres un inconsciente. Yo pensé que mi vida iba a ser diferente contigo, pero como siempre me equivoqué. No quieras abrazarme, en estos momentos es más importante comer y no tus muestras ridículas de cariño.
Mi suegra nos ayuda a regañadientes con un plato de comida, pero ya no quiero pedirle. El problema es mundial y las fronteras también están cerradas y no hay forma de escapar. Estamos condenados al encierro en nuestros propios hogares. Los meses avanzan sin parar y cada día es una cuerda invisible que aprieta cada vez más el bolsillo. No hay trabajo, y la salud mental se va deteriorando.
Me siento condenado al olvido, cada vez que me veo a mi mujer y a mis hijos con menos comida, me siento miserable. Hace algunos días sostuve un pleito con ella le dije: Tú también me podrías ayudar un poco en lugar de quedarte esperando a que sólo yo consiga el dinero. Después me arrepentí, pero es que desde que todo esto ocurrió me he vuelto violento.
 Ya no puedo seguir aquí en mi país porque lo más seguro que tendré es la cárcel. Ya hice cuentas y tendré que cerrar mi negocio, me pueden decir que puedo volver a empezar, pero es difícil cuando tienes todas estas deudas que pagar. La primera amenaza me llegó hace un mes en un sobre del banco en el que leía:  Tiene que ponerse al corriente con las deudas. Ya vamos para dos meses después de la catástrofe y los hospitales están colapsados igual que mi vida. Yo no quería llegar a esto, pero tendré que tomar una decisión determinante. Es mi vida o la de mi familia. Los bancos no me prestan un peso más, estoy fichado en el buró de crédito. Por eso hoy he decidido, largarme ¿A dónde? No sé, ser un viajero invisible, sin sombra, nombre y apellido y huir de aquí. Lo bueno es que todas las deudas están a mi nombre. Lo que he pensado es simplemente desaparecer de este país para así huir de mis acreedores. Pienso mudarme de aquí antes de que la policía llegue y tenga que pasar una vida en la cárcel. Mi familia no lo sabe aún, pero aquí está la carta en la cual les explico que ya no puedo más, no es que no los quiera, pero no puedo conseguir más dinero, estoy lleno de deudas, nadie me puede ayudar. Mi mujer se mudará con sus padres y por lo menos tendrán comida, ya no estaremos en la obligación de pagar la renta.
Este sitio no es para mí. Sólo me queda la huida, el exilio, otro lugar donde poder empezar.  El virus está afuera latente en las calles, pero lo peligroso no sólo es la mortalidad es también el abandono. El verdadero virus es el dinero porque sin él no puedes vivir, y eso sí te va matando poco a poco.  Por eso a partir de hoy seré un hombre invisible, el que por cobardía o en un acto de desesperación abandonó a su familia. Empeñaré estas joyas, inclusive están nuestros anillos de matrimonio y uno que otro regalo que le entregué a mi mujer de aniversario o cumpleaños para poder huir. Burlaré las fronteras y no daré un paso atrás. No me voy a despedir de mi mujer ni de mis hijos, no quiero ver sus rostros cuando me despida. Pero cuando tenga el dinero suficiente los llevaré a vivir conmigo, aunque la deuda siga creciendo como un hongo infeccioso del cual huiré eternamente, aunque la condena sea mi propio destierro.
Y otra vez regresaremos a nuestra vida normal, le compraré todas sus joyas y hasta estoy seguro tendré dinero para más, y viviremos sin deudas, sin virus y sin miedo.

TELÓN















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